martes, 28 de febrero de 2012

Mirar para otro lado

Mañana se cumple una semana de la tragedia de Once y hoy descubrí con sorpresa que algunos argentinos que no viajan en tren creen que quienes lo hacemos somos bestias. Que rompemos todo, que quemamos formaciones -con bidones de nafta escondidos en la cartera, aparentemente- que viajamos en lugares “inadecuados” y que nos abalanzamos hacia los primeros vagones para bajar antes, como si en hora pico fuese posible moverse medio centímetro hacia cualquier dirección.


Por favor, no busquen justificativos que no justifican absolutamente nada. No miren para otro lado. Puedo llegar a “entenderlo” si el que esgrime estos argumentos es un político o un empresario que se quiere sacar la responsabilidad de encima. Pero ¿un ciudadano común?

Parece que no alcanza con decir que a los heridos tuvieron que rociarlos con vaselina y aceite para poder deslizarlos hacia afuera del tren hecho un acordeón. Parece que no alcanza con escuchar que 51 personas murieron aplastadas unas con otras, entre hierros retorcidos. Parece que no alcanza con enterarse que cada dos por tres hay principios de incendio en vagones por un desperfecto eléctrico (sin la intervención de los salvajes pasajeros, por cierto).

No, claro. Si viajamos fenómeno…

viernes, 24 de febrero de 2012

La peor noticia

Faltaban pocos minutos para las seis de la tarde cuando me subí a un tren viejo en la estación de Ituzaingó. El andén estaba lleno de carteles con la cara de Lucas y los números de teléfono de sus familiares. Entré al vagón pensando en que ojalá lo encontraran pronto, perdido o internado con otro nombre. Pero la realidad me cacheteó una vez más con la peor noticia: un grupo de jóvenes lloraban, parados, cerca de una de las puertas. Llevaban carteles y cinta adhesiva. Y una tristeza infinita mezclada con bronca, indignación y desconsuelo.

El accidente fue terrible. Pero si algo le faltaba a esta tragedia es que un cuerpo haya estado tres días arriba del tren que chocó sin que nadie lo notara. Su familia deambulando por hospitales, sus amigos pegando carteles, todos difundiendo su foto por redes sociales… Y estaba ahí, en la estación. Es increíble.

jueves, 23 de febrero de 2012

Nada

Después de lo que pasó ayer, tener que leer esto y escuchar esto otro, es alienante. Sentimos vergüenza, miedo, desamparo, bronca, indignación… Y no hacemos nada.

Por unos cuantos días, los noticieros van a mantener el tema activo. Y después, ¿qué? Lo mismo que pasó con el accidente de Flores: nada. Absolutamente nada. Las barreras siguen andando mal. Los trenes andan mal. Y nosotros, como manadas suicidas, nos seguimos subiendo. Aceptamos lo inaceptable. Nos arriesgamos pensando que en definitiva en algún momento nos va a tocar, sea en tren, auto o colectivo.

Y elegimos el tren porque es lo más rápido y lo más barato... Porque no perdemos las esperanzas de que en algún momento las cosas cambien. Porque creemos en el destino. Pero esto no se llama destino: se llama corrupción, desidia, desinterés, malversación, robo. Delito. Asesinato.

No dejemos que nos sigan matando. Reclamemos la renuncia de funcionarios impresentables. Reclamemos el fin de la concesión de TBA. No nos olvidemos ni nos acostumbremos. Nos seamos indiferentes. Nos merecemos algo mejor.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Sin sentido

Las imágenes hablan por sí solas. Hoy, en un accidente idiota, cincuenta muertes se sumaron a la larguísima lista negra del ex ferrocarril Sarmiento. Muertes absurdas, inexplicables y cruentas. Cientos de heridos, algunos muy graves. Familiares vagando por hospitales y morgues. ¿Qué más tiene que pasar? ¿Se van a dar cuenta de que esta situación no da para más?

Hoy, mientras volvía, pensaba en la historia de todos aquellos padres, hijos, hermanos, amigos y vecinos que salieron de su casa para ir a trabajar y que no van a volver. Podría haber sido yo. Podría haber sido un familiar. O ese señor que estaba adelante mío y que pidió un ida y vuelta a Once. O aquel chico que veo todos los días en el andén. O esa señora que hoy me alcanzó mi boleto, que se me cayó cuando salí, apurada, a subirme al tren que llegaba.

Todos vamos a morir algún día y de alguna manera que el destino, Dios o quien quiera que sea elija para nosotros. Pero morir así, de una forma tan estúpida, tan cruel y tan evitable, no tiene ningún sentido.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Conversación

Otra vez el calor. El malhumor, la transpiración y la espera. Y esos asientos con alfombrita que me dan escozor. De sólo pensar en sentarme en alguno se me erizan los pelos de la nuca: manchados, sucios con restos de chicles viejos que ya no pegotean pero ahí están, negros de tanto roce. Hábitat ideal para el desarrollo de pulgas, el asiento con tela absorbe la transpiración de infinitos pasajeros, todos los días. Olores, bacterias, efluvios de cualquier tipo…todo va a parar al asiento, que apenas desocupado nos recibe calentito. Razones suficientes para viajar parada aunque me esté cayendo del cansancio.

Justamente, estaba parada cuando se desocupó un lugar y una mujer, compadeciéndose de mi cara de no-doy-mas, me indicó que me podía sentar ahí antes que algún caballero me primeriara el asiento.

-No gracias, sentarme me da mas calor todavía – mentí.

Este breve intercambio dio lugar a una conversación involuntaria en la que ambas nos quejamos del verano y de la lentitud de la formación, me contó a dónde bajaba, qué iba a hacer, preguntó donde bajaba yo… en fin. Me quedé pensando si compartir nuestras penurias con un compañero ocasional de desventuras nos alivia de alguna manera. Creo que no. Definitivamente no.

martes, 7 de febrero de 2012

Tren caliente

Caras cansadas, transpiradas, hinchadas. La atmósfera en un vagón de los viejos, sin aire acondicionado, era insoportable. La ropa se me pegaba al asiento de cuerina y sentía las gotas de transpiración bajar por la espalda. A pesar de los vidrios rotos y las ventanillas abiertas, no entraba el aire y el sopor era tanto que adormecía.

Con los ojos entreabiertos miré hacia el tren que iba en sentido contrario: los pasajeros se mantenían de pie aplastados unos a otros como una suerte de masa humana compacta, con algunos desprendimientos colgando de las puertas. Imaginé el aire irrespirable, el contacto pegajoso… Si yo me sentía mal en mi vagón -donde sobraban los asientos- lo que estaban sufriendo ahí enfrente era indescriptible.

¿Es tan difícil de solucionar o será que ningún funcionario se toma el trabajo de subir a un tren para entender de qué hablamos cuando decimos que viajamos mal?

jueves, 2 de febrero de 2012

Englishman in Morón

Me senté, cansada. Hacía mucho calor y en el vagón la altísima temperatura de una tarde de verano se triplicaba. Un chico de unos tres años lloraba a unos pocos metros de mi asiento. Distraída, no le presté atención por unos cuantos minutos. De pronto reparé en que, entre sollozos, estaba hablando un idioma que no era castellano. Agucé el oído y me detuve a observar al entorno del pequeño: el padre -alto, rubio y corpulento- y dos hermanos más grandes, de unos ocho y seis años. Estaban rodeados de mochilas y bolsas que hacían suponer que venían de pasar el día en una pileta. Las caras rubias, coloradas, delataban una jornada a pleno sol. El niño seguía llorando e intentaba trepar sobre el padre, ante la mirada indiferente de los otros dos.

- You are not going to climb here, baby.

- Daddy…daddy… I want to sit near the window….daddy…please…

Una familia charlando en inglés como-si-nada reforzó mi teoría de que nunca perderé mi capacidad de asombro mientras siga viajando en tren. Presté atención durante el resto del recorrido que compartimos. Después de que el padre le pidiera por enésima vez que se callara, el nene empezó a disminuir el volumen de su llanto. Entre lágrimas, y en inglés, le pidió perdón por haberse comportado tan mal. Luego intentó pelar un caramelo que terminó en el suelo, retomó el llanto, y por último argumentó ganas de hacer pis.

- There is no bathroom at the tren – explicó el padre, que mechaba algunas palabras en un español muy forzado, con propósito desconocido.

No pude evitar intentar adivinar cuál podría ser el motivo para que esta familia estuviera viajando a bordo del Sarmiento, pero ninguna de mis hipótesis tenía demasiado sentido. Llegó mi parada. Salí al andén sonriendo, incrédula. El tren da para todo.

Del tren y otros demonios

El tren siempre me atrajo. De chica, si lo tomábamos era para ir al centro, y eso ya era sinónimo de aventura. De grande, cuando empecé a viajar a diario, perdió toda la magia. Sin embargo, hace tiempo descubrí que el tren es un escenario que nos pone a prueba, nos define tal como somos y si prestamos atención, nos cuenta todos los días una historia distinta.