martes, 7 de febrero de 2012

Tren caliente

Caras cansadas, transpiradas, hinchadas. La atmósfera en un vagón de los viejos, sin aire acondicionado, era insoportable. La ropa se me pegaba al asiento de cuerina y sentía las gotas de transpiración bajar por la espalda. A pesar de los vidrios rotos y las ventanillas abiertas, no entraba el aire y el sopor era tanto que adormecía.

Con los ojos entreabiertos miré hacia el tren que iba en sentido contrario: los pasajeros se mantenían de pie aplastados unos a otros como una suerte de masa humana compacta, con algunos desprendimientos colgando de las puertas. Imaginé el aire irrespirable, el contacto pegajoso… Si yo me sentía mal en mi vagón -donde sobraban los asientos- lo que estaban sufriendo ahí enfrente era indescriptible.

¿Es tan difícil de solucionar o será que ningún funcionario se toma el trabajo de subir a un tren para entender de qué hablamos cuando decimos que viajamos mal?

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