jueves, 2 de febrero de 2012

Englishman in Morón

Me senté, cansada. Hacía mucho calor y en el vagón la altísima temperatura de una tarde de verano se triplicaba. Un chico de unos tres años lloraba a unos pocos metros de mi asiento. Distraída, no le presté atención por unos cuantos minutos. De pronto reparé en que, entre sollozos, estaba hablando un idioma que no era castellano. Agucé el oído y me detuve a observar al entorno del pequeño: el padre -alto, rubio y corpulento- y dos hermanos más grandes, de unos ocho y seis años. Estaban rodeados de mochilas y bolsas que hacían suponer que venían de pasar el día en una pileta. Las caras rubias, coloradas, delataban una jornada a pleno sol. El niño seguía llorando e intentaba trepar sobre el padre, ante la mirada indiferente de los otros dos.

- You are not going to climb here, baby.

- Daddy…daddy… I want to sit near the window….daddy…please…

Una familia charlando en inglés como-si-nada reforzó mi teoría de que nunca perderé mi capacidad de asombro mientras siga viajando en tren. Presté atención durante el resto del recorrido que compartimos. Después de que el padre le pidiera por enésima vez que se callara, el nene empezó a disminuir el volumen de su llanto. Entre lágrimas, y en inglés, le pidió perdón por haberse comportado tan mal. Luego intentó pelar un caramelo que terminó en el suelo, retomó el llanto, y por último argumentó ganas de hacer pis.

- There is no bathroom at the tren – explicó el padre, que mechaba algunas palabras en un español muy forzado, con propósito desconocido.

No pude evitar intentar adivinar cuál podría ser el motivo para que esta familia estuviera viajando a bordo del Sarmiento, pero ninguna de mis hipótesis tenía demasiado sentido. Llegó mi parada. Salí al andén sonriendo, incrédula. El tren da para todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario