miércoles, 15 de febrero de 2012

Conversación

Otra vez el calor. El malhumor, la transpiración y la espera. Y esos asientos con alfombrita que me dan escozor. De sólo pensar en sentarme en alguno se me erizan los pelos de la nuca: manchados, sucios con restos de chicles viejos que ya no pegotean pero ahí están, negros de tanto roce. Hábitat ideal para el desarrollo de pulgas, el asiento con tela absorbe la transpiración de infinitos pasajeros, todos los días. Olores, bacterias, efluvios de cualquier tipo…todo va a parar al asiento, que apenas desocupado nos recibe calentito. Razones suficientes para viajar parada aunque me esté cayendo del cansancio.

Justamente, estaba parada cuando se desocupó un lugar y una mujer, compadeciéndose de mi cara de no-doy-mas, me indicó que me podía sentar ahí antes que algún caballero me primeriara el asiento.

-No gracias, sentarme me da mas calor todavía – mentí.

Este breve intercambio dio lugar a una conversación involuntaria en la que ambas nos quejamos del verano y de la lentitud de la formación, me contó a dónde bajaba, qué iba a hacer, preguntó donde bajaba yo… en fin. Me quedé pensando si compartir nuestras penurias con un compañero ocasional de desventuras nos alivia de alguna manera. Creo que no. Definitivamente no.

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